Monday 10 January 2011

Paseando por nieve derritiéndose

Los domingos siempre me han parecido días tristes. Da igual que haga sol o esté nublado, los domingos siempre me han transmitido sentimientos melancólicos, y no necesariamente porque el día siguiente es lunes; el peor día de la semana para todos aquellos a los que les cuesta dios y ayuda hacerse cargo de sus obligaciones. No, hay algo inherente en estos días de la semana que lo noto en algún lugar del cuerpo.

Hoy he salido escapando de la desidia dominguera que puede resultar en permanecer en casa delante del ordenador y aprovechar poco el tiempo. En Helsinki eso no es muy difícil porque no existen alicientes para salir. Pero he querido mover mis piernas y darme un paseo de varias horas, cámara en mano. Durante casi todo Noviembre 2010 y la totalidad de Diciembre 2010 en Helsinki han habido temperaturas negativas, llegando hasta cerca de -20ºC; yo, afortunadamente he estado tres semanas en Mexico y no he tenido que lidiar con esta inconveniencia meteorológica. Pues resulta que hoy hemos superado la barrera de los cero grados, barrera que como juez redentor decide el estado del agua, si sólido o líquido. Durante estas semanas bajo cero ha nevado tanta nieve que los servicios de limpieza de nieve no sabían ni dónde dejarla. El pasar de la barrera de los cero hace que esa nieve se convierta gradualmente en agua y el suelo esté más resbaladizo que nunca. Salir a pasear así no es necesariamente placentero pero a mí me gusta porque es todo tan caótico que da igual que uno corra, salte, camine de lado o se quede parado en la calle, con tal de evitar obstáculos, y calarse hasta los huesos.

No había casi nadie paseando, en esta capital de país orgulloso de su sistema educativo y de sus testículos, la poca gente que me he cruzado miraba cabizbaja al suelo y caminaba deprisa. La vida se movía en automóviles, pues los autobuses también estaban vacíos. Normalmente la nieve suele reflejar la luz de las farolas de la noche, pero la

contaminación de los coches había tintado esa nieve de gris y negro, y el albedo, por tanto, era mínimo. Además, una niebla muy Kaurismäkiana envolvía la ciudad, por lo que el ambiente era tristemente oscuro. La luz provenía de las humildes farolas ahorcadas de los edificios grises de hormigón que estructuran la mayoría de Helsinki, y de los coches que surcaban los charcos marrones de la calle salpicando agua fría y sucia a los transeúntes, que se cagan en la madre de los apresurados conductores que no tienen lugar ni de pedir disculpas. Un asco, pero el paseo ha continuado con una actitud positiva.

Y es difícil, porque incluso mirando hacia arriba, a las ventanas de los edificios, en busca de vida, uno no ve personas y ve muy pocas luces encendidas a través de ventanas. Muchas veces me pregunto lo mismo a cerca de este país, si la gente no está ni en la calle, ni en las cafeterías, ni en el cine, ni en casa, ¿dónde diablos está? Un amigo finlandés me dice “los finlandeses son como osos, se pasan el invierno hibernando para estar activos durante el verano”. Será que están durmiendo entonces, pero el caso es que llega el verano y con él la decepción de haber esperado mucha más energía en las horas en las que la gente está sobria. Sí, seguramente están activos pero lejos de donde tú te encuentras. Osea, que no sabes lo que pasa porque no lo ves, porque la gente lo hace a escondidas. Para mí eso es sinónimo de que no pasa nada. Y así es, por aquí no pasa nada. Otra fuente de luz que me fascina de este país son los logotipos de empresas que cuelgan de las fachadas de muchos edificios centrales. Así, parece que los letreros flotan en el aire porque el edificio es oscuro de por sí y no hay nadie dentro (al menos despierto) que encienda la luz y compita con los logotipos y anuncios comerciales.

He paseado por Merihaka, que es el barrio más feo del centro de Helsinki, con horripilantes torres de hormigón de cara al Golfo de Finlandia, y he visto a un coche que dejaba a una chica jóven para después arrancar haciendo un trompo logrado gracias a lo resbaladizo de la calzada. Ya un tanto deprimido he cruzado el puente de Hakaniemi y me he metido al distrito de Kruununhaka. Aquí se me han quitado las penas. Kruununhaka es, a mi

juicio, el barrio más interesante de Helsinki. Es un barrio que mezcla edificios neo-clásicos de tiempos del zar con edificios Art-Nuveau de primeros de siglo. Los colores son más claros y las fachadas están muy bien conservadas. Es bonito e inspirador, pero allí tampoco ocurre nada. No hay ni siquiera tráfico de coches, es como una isla intacta, como un pueblo abandonado por el estallido de una guerra nuclear en medio de una ciudad. Con todo, he visto luces encendidas en las casas, y hasta fragmentos de salones bien decorados. Me ha gustado pensar que allí alguien estuviera tranquilamente leyendo un libro resguardado el frío y de esa nieve que se convertía en agua. Si tuviera que elegir un lugar para pasar el resto de la tarde, hubiera elegido uno de esos salones. Cabe decir que he tenido domingos peores ;)

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